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Por qué soy católico: La cuestión religiosa

En esta serie, que se pregunta si hay razones para ser católico, hemos dicho hasta ahora, que es lógico interrogarse acerca de Dios y buscarlo en la historia, y que, en esa búsqueda la Iglesia puede entregarnos información confiable acerca de Jesús. Por lo tanto, a continuación corresponde preguntarle a ella qué nos puede decir acerca de tan particular personaje.

Al hacer esto, la Iglesia responde «toma, lee estos cuatro libros que contienen el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, ellos fueron escritos bajo inspiración divina y por los apóstoles y seguidores de Jesús», lo que nos pone en la necesidad de detenernos un momento y examinar qué tan confiables son los evangelios para establecer las obras y doctrinas de Jesús.

La cuestión evangélica

Si los evangelios logran mantenerse como fuente de información confiable entonces tendremos una cantidad enorme de datos que prácticamente nos pondrían en diálogo directo con Jesús, ya que ellos registran no sólo lo que él enseñó, sino también las objeciones que hacían los que se encontraban con él a lo que parecían doctrinas novedosas. No examinaremos por ahora la inspiración divina de los evangelios, porque todavía no hemos establecido que Jesús pueda darnos información acerca de Dios que sea fidedigna, o indicarnos qué libro proviene de Dios, pero sí podemos explorar el segundo criterio propuesto: que ellos hayan sido escritos por apóstoles y seguidores de Jesús.

No cabe duda de que los cuatro evangelios han sido los libros más leídos durante toda la historia de la humanidad, en un principio como textos religiosos, pero sobre todo a partir del S. XVIII, con la aparición del método histórico crítico, como fuente de información acerca de la Palestina del S. I de nuestra era, y a pesar de este extensivo escrutinio, no han aparecido objeciones de peso que apunten a desacreditar que hayan sido escritos por seguidores de Jesús –lo que es evidente por su temática– y poco tiempo después de su muerte, pues hacen referencia a personajes y lugares reales, y los describen aportando detalles acerca de las costumbres, creencias, actitudes de los romanos y judíos de esa época, lo que también ha sido respaldado por la arqueología.

Todavía queda la posibilidad de que los autores de estos textos hayan mentido, que algunos hayan «embellecido» las historias que relataban, incorporando elementos o pasajes enteros que hubieran alterado la información que aparece en los evangelios. En este punto adquiere relevancia nuevamente la evidencia histórica, conformada por los escritos de los Padres de la Iglesia, que nos muestra que la comunidad formada por los seguidores de Jesús, que se había impuesto a través de otros de sus obras y doctrinas, admitió estos textos como verdaderos, y rechazó otros, que en adelante se llamaron «evangelios apócrifos». Esto resulta plenamente coherente con lo dicho anteriormente, al examinar la cuestión histórica, respecto a que la Iglesia que dejó Jesús se consideraba con la autoridad para difundir su mensaje.

Los que buscan impugnar la credibilidad del mensaje cristiano naturalmente saben que el carácter histórico de los evangelios es su piedra angular, y han intentado desacreditarlos, sosteniendo que su contenido ha sido adulterado. Esta forma de atacar a los evangelios canónicos no tienen nada de novedoso, pues en el S. VI ya los musulmanes acusaba a los cristianos de haber falsificado el mensaje de Jesús, al que consideran un profeta de su religión, al introducir referencias a la Trinidad en los evangelios, para ajustarse al politeísmo del Imperio Romano, y contra la pureza de la doctrina estrictamente monoteísta que había predicado Jesús, en completo acuerdo con la de Mahoma. Los racionalistas del S. XIX, por su parte, también imputaron a la Iglesia de los primeros siglos el haber insertado milagros y maravillas para atraer a las gentes simples de la época, en un mensaje cuya esencia era la rectitud moral.

El problema con estas tesis es que no tienen ningún respaldo histórico. La Iglesia ha enfrentado muchísimas herejías durante su historia, y aunque digamos que «la historia la escriben los vencedores», al menos contamos con los libros donde los cristianos ortodoxos explicaban cada una de ellas, para refutarlas luego. Por eso sabemos que hubo grupos que sólo admitían uno de los evangelios y rechazaban los demás, pero no hay registros de versiones alternativas de los evangelios, que difirieran sólo en cuanto a la divinidad de Jesús, o que no contuvieran los relatos de los milagros.

Además, falsificar un evangelio canónico es tremendamente difícil, porque eran textos litúrgicos. Hoy en día, cuando todos sabemos leer, es difícil imaginar la importancia que esto podía tener, pero en la antigüedad, las Iglesias se reunían cada domingo a escuchar la Palabra, como relata San Justino, y las lecturas provenían de los evangelios y las cartas. Estos textos eran leídos una y otra vez y cada nueva Iglesia que se formaba debía contar con un ejemplar de al menos un evangelio para poder hacer esto y las comunidades cristianas se extendieron por el Imperio como reguero de pólvora, como lo demuestra que ya en vida de San Pablo había Iglesias desde Judea hasta Hispania, lo que implica cientos y miles de copias circulando por todo el imperio. Esto hizo que la falsificación posterior a la confección del original fuera prácticamente imposible, porque implicaría, no sólo introducir una alteración en uno de los textos, sino además recoger todas las copias que se hicieron antes. En este sentido, el cristianismo nunca tuvo un episodio como la Recensión de Uthman, Califa que 20 años después de la muerte de Mahoma, junto con editar una versión autorizada del Corán, mandó a buscar y quemar todas las otras copias que circulaban.

Es cierto que la versión más antigua del Nuevo Testamento que se conserva se encuentra en el Codex Vaticanus, datado en el S. IV, pero este documento es sólo la copia íntegra de la Biblia más antigua que se conserva, y en cambio existen miles de papiros anteriores a él, el más antiguo correspondiente a un fragmento del evangelio de San Juan escrito entre los años 100 y 150. De hecho, son tantos los papiros que se conservan, que se suelen agrupar en familias, en base a las pequeñas alteraciones introducidas en las copias sucesivas.

Finalmente, la otra forma de atacar a los evangelios es por la profusa referencia a eventos sobrenaturales que contienen, pero como hemos mostrado que la existencia de un dios trascendente y sobrenatural es altamente probable, la existencia de milagros en un relato histórico no implica necesariamente que este haya sido alterado o sea falso, y por el contrario, si Dios se manifestara en la historia, lo inusual sería que no hubiera incidentes de este tipo.

¿Quién es Jesús?

Toda nuestra cultura gira en torno a la figura de Jesús de Nazareth, lo que se demuestra fácilmente observando que cada nuevo grupo que aparece busca verse reflejado en él. Así, tenemos que Jesús era vegetariano, gay, socialista, ario(!!), feminista, revolucionario, budista y un largo etcétera. Para nosotros, los occidentales, es difícil no tratar de vernos reflejados en Jesús, pero quien está interesada sinceramente en conocer la verdad acerca de él, debe intentar al menos dejar atrás las preconcepciones y verlo como lo haría alguien que se lo encuentra por primera vez, en la Palestina del S. I.

En este punto conviene que nos colguemos de la obra de Jacob Neusner, citado por Joseph Ratzinger en Jesús de Nazareth, quien en su libro Un Rabino Habla con Jesús, asume la posición de un rabino en el S. I, enfrenta la información de los evangelios con la tradición judía, y llega a una conclusión para algunos sorprendente: que, mediante su doctrina, Jesús se pone por sobre la ley entregada por Dios en el monte Sinaí, asumiendo de hecho que él mismo es igual a Dios.

«Él hablaba de reformar y de mejorar. ‘Habéis oído que fue dicho…Pero yo os digo…’ En cambio, nosotros mantenemos, y yo argumento en mi libro, que la Torah es perfecta y está más allá de cualquier mejora».

Digo que esto puede ser sorprendente para algunos, pero ciertamente que no lo era para los judíos que lo escucharon, porque una y otra vez lo decían: «Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» (Lc 5,21), «Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.» Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.», (Jn 1,59) «Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios.»»(Jn 9,33), «Dijeron todos: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios? Y él les dijo:Vosotros decís que lo soy. Entonces ellos dijeron: ¿Qué más testimonio necesitamos? porque nosotros mismos lo hemos oído de su boca.»(Lc 22,70).

Esto textos que encontramos en los evangelios permiten explicar cómo una secta del judaísmo del S. I. se lanzó a predicar al mundo que su fundador y líder no sólo era el mesías prometido a los judíos, sino que era Dios mismo, cosa que sería impensable para un grupo que hasta ese momento seguía el estricto monoteísmo de la religión de Abraham. Aquí hay una lista de pasajes donde los evangelios muestran la divinidad de Jesús.

Pero aun así, aunque los evangelios muestren con claridad que Jesús reclamaba para sí no sólo la plenitud de la esperanza mesiánica de los judíos, sino la dignidad misma de su dios único y trascendente, no tenemos por qué creer sólo porque él lo diga. Después de todo, lo que diga un gurú de túnica blanca y larga barba no tiene por qué ser verdad, por paradójico o profundo que nos parezca. En este sentido, nuestra situación es similar a la de los judíos en Juan 6:30.

Ellos entonces le dijeron: «¿Qué signo haces para viéndolo creamos en ti? ¿Qué obra realizas?» insistieron ellos. Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Pan del cielo les dio a comer.»

Recuerden que estos hombres acababan de ser alimentados con cinco panes y dos peces, de modo que no pedían sólo un milagro más, sino uno que demostrara que Jesús era quien decía ser, uno que al menos igualara los milagros referidos en el libro del Éxodo.

Profecías y milagros

Antes de preguntarnos si un mensaje proviene de Dios, debemos saber si hay un criterio que nos permita saber eso, con un grado de certeza razonable.

En primer lugar, el mensaje no debe ser contrario a la lógica y la experiencia, porque precisamente son las dos herramientas que hemos admitido hasta ahora como necesarias para llegar hasta este punto. Así, si la doctrina que pretender provenir de Dios nos enseña que ese mismo dios no es eterno ni trascendente, deberemos rechazarla en principio, porque de acuerdo a la misma lógica, la mentira y el engaño son imperfecciones que no pueden admitirse en la perfección de Dios.

Pero más allá de esto, un estafador hábil todavía podría producir una doctrina engañosa que, bajo el aspecto de la razón y la coherencia, reclame origen divino, sin serlo realmente. Por eso, debemos buscar algo que se encuentre más allá de las capacidades humanas y que nos indique que nos encontramos realmente frente a un mensaje de Dios. De hecho, si suponemos que existe un mundo sobrenatural (como la enorme mayoría de las personas) debemos ser aún más escépticos frente a un supuesto mensajero divino, porque sus signos deben superar no solo las posibilidades de los hombres, sino también las de otras entidades espirituales que existen y pueden querer engañarnos. Esto explica la actitud de los judíos que pedían un signo a Jesús, a pesar de que acababan de presenciar la multiplicación de los panes y los peces; ellos, que vivían en un mundo donde los dioses paganos existían y favorecían a algunos de sus adoradores con grandes portentos y magia, pedían algo más.

Entonces, los únicos signos que se encuentran más allá de la capacidad humana son las profecías y los milagros. Las Profecías son una demostración de la omnisciencia de Dios, pues conciernen al futuro, que sólo él puede conocer, en tanto que los milagros manifiestan la omnipotencia de Dios sobre toda la creación.

En este respecto el principal signo que respalda el origen divino de Jesús es su resurrección, el que cumple con la exigencia, nuestra y de los judíos de Juan 6, pues se refiere a superar la muerte, una de las pocas constantes universales y aquella contra la que ningún hombre antes pudo revelarse, ni siquiera acercarse a conocer sus misterios.

A los escépticos, que afirman que la resurrección no pudo haber ocurrido, los invito a revisar nuevamente toda la serie y verán que, asumido que Dios existe, y por lo tanto puede obrar milagros, y la evidencia sólida que nos entregan los evangelios, es decir si admitimos toda la otra información que nos entregan, no se ve inconveniente en aceptar que la resurrección de NSJC también ocurrió como ellos lo indican. Por su parte, a nuestros hermanos que postulan que la resurrección fue un evento exclusivamente espiritual o simbólico, les pido que consideren cuidadosamente los efectos de esa idea, porque de ser cierta, haría de NSJC un gurú más, que no pudo más que hacer de sus seguidores una pandilla de mentirosos y estafadores, y por lo mismo alguien a quien no conviene seguir, y más vale que sea olvidado por la historia.

Ahora, que sabemos que NSJC proviene efectivamente de Dios, debemos admitir que dice la verdad al afirmar que Él mismo es Dios, y si esto es cierto lógicamente podemos estar seguros que no puede engañarse ni engañarnos, es decir, en todo nos dirá la verdad. Ahora bien, como decíamos en la entrada anterior, uno de los actos más claros de la predicación de NSJC fue fundar una comunidad de seguidores y darle a ella el poder de expandir su doctrina por todo el mundo, y si esa comunidad subsiste hasta nuestros días en la Iglesia Católica, como demostramos también, entonces la única conclusión posible es que esa Iglesia enseña la verdad.

Q.E.D.

Hasta aquí esta entrada. Espero haber demostrado que no se necesita un salto de fe para ser cristiano, sino que cada paso que dimos hacia la conclusión propuesta se fundaba sólidamente en los anteriores. Desde luego, no es mi intención disminuir la importancia de la fe y hay muchas ideas acerca del rol de esta virtud que me gustaría explorar que han aparecido a medida que desarrollaba esta serie, pero tendrán que esperar a su epílogo.

Addenda 11/10/2012: Finalmente me he puesto al día con el epílogo prometido para el tema, con esta entrada: Buenas razones para creer.

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