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Racismo y pecado original

Racismo[7]Estos últimos meses la red nos ha traído varias noticias sobre crímenes ocurridos en los Estados Unidos, que tienen en común la acción de un ciudadano blanco en contra de uno de raza negra, con resultado de muerte.

Así tenemos los casos de Tryvon Martin en 2012, y de Michael Brown, Tamir Rice y Eric Garner en este año.

Esto ha vuelto a abierto el tema del racismo en los Estados Unidos, especialmente acerca de si es posible hablar de una sociedad donde no existe el racismo, –o “post  racista”–, cuando las leyes ya no contemplan ningún tipo de diferencia por razas e incluso persiguen activamente cuando los ciudadanos particulares intentan establecerlas; pero a la vez, en ese mismo país, ocurren hechos tan graves como estos, donde el factor racial es innegable, y otros muchos pequeños eventos de discriminación.

La respuesta que se nos propone es que, a pesar de que todos negamos ser abiertamente racista, la gran mayoría de nosotros los somos de una forma subconsciente; y por eso sería nuestro deber reprimir este rasgo de nuestra personalidad, y estar constantemente vigilantes a que este defecto no se exprese en nuestras ideas y actitudes hacia los demás.

¿No les suena haber oído algo parecido antes? ¿No les recuerda a algo esta conclusión?

Al menos a mí, me suena muy parecido a la enseñanza cristiana acerca del pecado original.

 

Se nos dice que una cosa es ser racista, creerse superior a otro en razón del color de la piel, y que eso es detestable, pero que también lo serían las conductas y actitudes inconscientes que podamos tener, a causa de los hábitos que hemos adquirido durante la vida, o incluso que debemos sentirnos responsables por las injusticias y crímenes cometido por nuestros ascendientes.

A estas acusaciones me gustaría replicar que es una grave injusticia poner en el mismo plano el racismo consciente de un nazi y las supuestas “actitudes racistas” que creen descubrir en el día a día.

Pero por otro lado, no puedo dejar de pensar que en el fondo los paladines del anti racismo se ha vuelto a encontrar con una verdad predicada desde antiguo por el cristianismo, desechada por la modernidad pelagiana y luego olvidada: que somos una raza (me refiero a la raza humana en este caso) infectada por un antiguo mal, que no es una falta personal ni depende de nosotros, pero que nos afecta. Por eso, no podemos evitar repetir una y otra vez las palabras de San Pablo “Porque no hago el bien que quiero; pero el mal que no quiero, éste hago.” (Rm 7,19)

Porque cuando dejamos de hablar de una falta puntual cometida voluntariamente, y comenzamos a relacionarla con una tendencia inherente al racismo que no podemos evitar, el resultado se asemeja mucho al pecado original, y parece que la única respuesta posible sería pedir perdón, ya no por lo que hicimos, sino por lo que somos. Se me vienen a la mente las palabras del rey David en el Salmo 51:

7 yo soy culpable desde que nací; pecador me concibió mi madre.

Pero junto con el diagnóstico, los cristianos antiguos conocían la solución: sin gracia no se puede vencer al pecado, nosotros solos no podemos superar esta condición, y necesitamos un hombre que no esté sometido  pecado para salvarnos.

Pero claro, eso significaría arrodillarse ante ya-saben-quien, y ellos jamás harán tal cosa. Seguirán intentando construir construir su utopía, luchando contra el racismo inconsciente con todo el peso de la ley, y como resultado obtendrán un Estado totalitario, que luchará contra la desviación moral del racismo en todos los ámbitos de la vida; hasta que los ciudadanos se agoten y comiencen a reivindicar el racismo como una parte natural y buena de la vida.

Ninguna de estas dos respuestas es sana. La única solución sana está en Dios.

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