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El encubrimiento de los curas pedófilos

A veces, la conversación acerca de los casos de pedofilia en la Iglesia Católica logra avanzar más allá de los eslóganes y las consignas baratas, lo que normalmente esto sólo es posible entre católicos, porque de nada sirve a otros ser veraces y justos con la Iglesia. Cuando eso ocurre, podemos decir que la Iglesia está menos afectada por el problema que el resto de la población, y que el problema no es tanto la pedofilia, como la homosexualidad de algunos de nuestros presbíteros.

Sin embargo, llegado ese punto todavía queda pendiente el problema del encubrimiento por parte de los obispos. Un comentarista en otro sitio católico lo expresaba perfectamente:

Pese a que las noticias se centran en el acusado (tenga sotana o no), en el caso de los abusos cometidos por sacerdotes lo más doloroso no es sólo el quiebre de la relación pastoral o evangelizadora, es la sensación que había una suerte de protocolo institucional de ocultamiento, de que no sólo se trata de responsabilidades personales, sino de que esas personas gozaban de una institucionalidad que los protegía más a ellos que a sus víctimas.

Si bien no es justo hablar de un «protocolo institucional», tampoco tiene sentido negar que había una actitud general de encubrimiento hacia estos casos, y no corresponde, porque es una verdad del porte de un buque. Más importante es conocer sus causas y estar conscientes de ellas, es decir, preguntarnos cómo llego a producirse esa cultura.

En cuanto a las causas del encubrimiento, y tal como ocurre con la pedofilia, la primera sospecha recae en aquellos aspectos de la Iglesia que resultan más llamativos al mundo moderno. Si en la pedofilia se atribuyen –tan fácil como falsamente– las causas al celibato, cuando hablamos de encubrimiento, inmediatamente se mira a la constitución jerárquica de la Iglesia, como un factor fundamental del fenómeno.

Cuando una organización ha sobrevivido por casi 2.000 años y ha presenciado el auge y caída de innumerables poderes políticos, es natural pensar que esto se explica por una férrea constitución jerárquica, apoyada por un estricto control centralizado de todas las acciones. Más aún, si acudimos a los documentos oficiales de la Iglesia, la impresión general no puede ser otra, que el Papa controla cada una de las parroquias del mundo, y sus organizaciones, a través de un ejército de autómatas célibes y fanáticos. Sin embargo, basta acudir a la parroquia más cercana para observar directamente que la realidad dista mucho de lo que describen nuestros documentos.

No digo que la constitución jerárquica sea una ilusión, al contrario, creo firmemente que es parte esencial de la Iglesia que fundó NSJC y el Espíritu Santo allá por el año 30 de nuestra era. Pero la forma como se presenta en la práctica podría hacernos dudar de que estemos ante una organización con una jerarquía clara. Basta mirar la forma en que se recibió la encíclica humanae vitae en el mundo, para ver que el Papa si bien dirige, no controla ni de lejos lo que ocurre en la Iglesia.

En esta misma falsa imagen de una rígida jerarquía católica, incitada por el deseo de destruir a la Iglesia, se basan las especulaciones de que el Papa de turno necesariamente tuvo que conocer de los abusos de cada uno de los curas alrededor del mundo, lo que es ridículo.

Que exista una jerarquía efectivamente es un factor en el encubrimiento, pero a este respecto la organización de la Iglesia no tiene nada de especial. Simplemente, el fenómeno se produce al interior de cualquier institución, sea la Iglesia, un colegio, un club deportivo, o una empresa. Generalmente la persona que está en un puesto de responsabilidad ha llegado ahí luego de dedicar parte importante de su vida y esfuerzos a esa organización, no es un extraño, sino que tiene un vínculo personal con ella, de modo que está genuinamente preocupado por su permanencia, sus fines y su buena imagen pública. Dicho en otras palabras, el superior jerárquico no es un extraño, sino que se siente responsable del conjunto.

Además, en los católicos debería estar especialmente presente el amor a la Iglesia. A diferencia de otras religiones, la comunidad de los fieles no es una organización instrumental, nosotros amamos a nuestra Iglesia, como la esposa de Cristo. Desde luego, esto no es una justificación a lo sucedido, pero es importante identificar esos sentimientos, para que al momento de tomar una decisión y poner a la víctima primero, estemos conscientes de ellos y podamos neutralizarlos.

Un segundo factor que incide en cualquier organización para tener una mala reacción ante este tipo de situaciones, es que habitualmente el denunciante es un desconocido para el superior, mientras que el denunciado, por el contrario, es alguien a quien vemos todos los días y cuyo trabajo conocemos y apreciamos, ele elemento además que aparece exacerbado en la Iglesia, por dos motivos.

El primero, es que el trabajo de los católicos, cuando está bien hecho, naturalmente atrae el rechazo de muchos detractores. ¡Cuántos curas santos han sido motejados de «rojos» o cosas peores! De ahí a inventar una acusación falsa por abuso sexual, hay sólo un paso.

El otro factor que es distintivamente católico en este problema, es el celibato. No es que la práctica del celibato sacerdotal sea algo malo, faltaba más, pero sí produce una relación entre los sacerdotes y el obispo, que no tiene paralelo en nuestra cultura. No conozco a ningún obispo, pero me imagino que no debe ser nada fácil recibir y estar a cargo del trabajo de 100 ó 200 varones solteros, que por lo mismo no tienen familia propia, muchas veces no tienen capacidad para realizar otro trabajo, y por lo tanto su único medio de subsistencia digna es continuar ejerciendo el sacerdocio. Entonces, uno puede sentirse legítimamente paralizado al recibir una denuncia meramente preliminar contra esa persona.

Podemos decir que estos dos ingredientes («afectan mi organización» y «conozco al denunciado pero al denunciante») son comunes a todo tipo de delitos denunciados dentro de una institución. Sin embargo, en los abusos sexuales se agrega uno más, que es la víctima. Normalmente la víctima de estos hechos es ella misma reticente a denunciarlos, a veces porque no es consciente de la gravedad del hecho, pero generalmente porque hay un importante grado de vergüenza en dar a conocer la situación. Por lo mismo, es habitual que ella (la víctima sea hombre o mujer) se plantee con ambivalencia ante el superior jerárquico del agresor.

Entonces tenemos una situación en que todo apunta a tomar una mala decisión, donde el encubrimiento parece la «solución ideal» para ambas partes, tanto para el jerarca (obispo, director de colegio, presidente de club) que no quiere que el caso estalle a través de la prensa, como a la víctima, que se quiere evitar el proceso público y la vergüenza.

Así podemos comprender el fenómeno, ciertamente que no para justificar a los obispos. A ellos, como miembros de la Iglesia Católica, se les exige más que al común de las personas que se encuentran en situación análoga, ante una denuncia por abuso sexual de un menor dentro de sus subordinados. Pero también debemos tener presente que es una situación que no tiene nada que ver con la doctrina católica, que es particularmente dura con cualquier tipo de desviación sexual. Digo, si nos critican por condenar los actos homosexuales, que en definitiva son voluntarios, al menos concédannos que somos tanto o más duros con los actos de pedofilia.

Efectivamente hay factores que nos hacen más vulnerables, pero el encubrimiento es un fenómeno común en todas las organizaciones. Es importante estar advertidos de sus mecanismos, para poder evitarlos.

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  1. AleMamá
    26/10/12 a las 6:45 pm

    El ocultamiento ha sido generalizado en casi todas las instituciones humanas por razones como las que describes. Baste pensar en la caterva de hijos ilegítimos de antes, que los abuelos «pasaban por la libreta» para salvar las apariencias. Es tan complejo todo que uno también entiende que ante tamaño descalabro se paralizaran. Lo que más me duele, es que no siempre se los apartara de todo contacto con posibles víctimas, limitándose a cambiarlos de lugar de trabajo.

    Como bien dices, los abusos no son privativos de la Iglesia Católica; por desgracia, es extensamente conocido en otro tipo de actividades como son los evangélicos, scouts, profesores, médicos etc…..
    Saludos

    • 27/10/12 a las 6:46 pm

      Una consulta. En el otro blog hubo algunos comentarios diciendo que este artículo tenía un «tono comprensivo» hacia los abusos y sus encubridores. ¿Te parece a ti?

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